sábado, 4 de septiembre de 2010

JUEGOS OLIMPICOS - "LA HISTORIA" -

PRIMERA PARTE
Mi nombre es Fiama. Soy la hoguera, la llama, el símbolo de lo inalterable. Soy la pureza, el dolor, el éxtasis y la agonía. Soy lo inalcanzable. Soy y seré eterna, para que todos puedan verme y nadie olvidarme. Soy casi tan vieja como el mundo y a pesar de ello los hombres me desean y desean poseerme. Pobres y frágiles mortales que no entienden que ese segundo de gloria, ese efímero lapso para el que han dedicado su vida, ya se ha desvanecido como arena en el viento.
Mi nacimiento se remonta al año 776 antes de Cristo. El lugar: Elis en Altis, valle de Olimpia, en la provincia del Peloponeso. Recuerdo muy bien todos los juegos de la época. Los Píticos, en Delfos, en honor a Apolo. Los Istmicos, en Corintio, como ofrenda a Poseidón. Los Meneos, en Argólida, para venerar la gesta de Hércules y los más grandes, los incomparables Olímpicos, para ensalzar a nuestro amado Zeus.
Una brisa que proviene de la Hélade, mueve un velo tenuemente, y a través de él observo el templo sagrado, con su gigantesca estatua de trece metros, cincelada por Eideas en marfil y oro.
Tal vez exista quien crea que desvarío, perdida en los laberintos del tiempo. Sin embargo mi memoria no me traiciona. He visto detenerse las guerras para celebrar los juegos. Mi pueblo lo llamaba ekencheiría. He visto competir a los hombres desnudos y descalzos, dejando hasta el último hálito de vida en busca de la corona de olivos y su nombre grabado en la historia. He escuchado ovaciones ensordecedoras, de multitudes delirantes, antes y después del pugilato; el disco; la jabalina; el diádulos (400 mts.).Rememoro nombres de entrenadores como Lecus de Tarento. Púgiles como Milón de Crótona quien triunfó en 7 juegos consecutivos, elevándose casi por completo a la altura de un dios. Como olvidar a Píndaro, poeta y por extensión cronista de estos sucesos. Como no recordar el rugido de las masas ante el paseo triunfal de sus héroes, desfilando hasta la exedra (zona de asientos reservada a los notables). No, mis sentidos no me engañan. Todavía veo a la sacerdotisa de Demeter, única mujer permitida en el sagrado recinto de Zeus.
Estos y otros tantos recuerdos ocupan mis horas, mis días. Sé que mi fin esta próximo. Teodosio, el emperador Romano, se ha cobijado, como su pueblo, en el cristianismo, y presiona, intriga, conjura para hacerme desaparecer. Para que mi figura cimbreante y esquiva caiga en el olvido. Para que mis dioses se conviertan en polvo. Pero sé, con la sabiduría que dan los tiempos, que renaceré de mis cenizas y seré inmortal. Mientras tanto me voy apagando, me vacío, me extingo...


SEGUNDA PARTE
Mi nombre es Pierre de Freddy, barón de Coubertin, biznieto del marques de Mirville. Nací en París, exactamente con el advenimiento del año 1863. Mi infancia y pubertad son el recuerdo de un puñado de imágenes del chateux de Mirville, rodeado de familiares y criados. Fui educado inicialmente en un colegio jesuita hasta mi ingreso en la Facultad de Ciencias Políticas de París, donde me doctoré en esta rama y también en Derecho. Sin embargo mi verdadera vocación fue la pedagogía. Todo comenzó con un viaje a Inglaterra, donde descubrí la importancia que asignaban los británicos al deporte, como ingrediente esencial en la formación del carácter. Mi impresión fue tan fuerte que luego de estudiar exhaustivamente el tema, intenté, sin mayor fortuna, ponerlo en práctica en mi país. Mis compatriotas no lograron entenderlo, como tampoco entendieron la idea de restablecer los Juegos Olímpicos, obra benéfica y grandiosa.
Siempre sostuve que la pasión y la perseverancia son requisitos indisolubles para la obtención de un logro. Así fue como el 23 de junio de 1894, en el anfiteatro de la Sorbona parisina, ante 2000 personalidades y 74 delegados de 12 países, proclamé solemnemente el restablecimiento de los Juegos Olímpicos y la creación del Comité Olímpico Internacional (COI). El motor de mi credo fue una frase que luego se constituyó en el precepto olímpico y dice: el objetivo del movimiento olímpico es contribuir a la construcción de un mundo en paz y mejor, educando a los jóvenes a través del deporte, sin ningún tipo de discriminación. Fui presidente del COI durante 29 años, en los cuales colaboré en el diseño de la bandera olímpica de los 5 aros (5 continentes, 5 civilizaciones, 5 grandes religiones), en la concepción de las ceremonias de apertura y clausura y en definitiva, en un movimiento social absolutamente trascendente en la historia de la humanidad. Algunos instantes de mi vida han quedado fundidos en mi memoria. Rememoro sonriente el escarnio a que fui sometido por el rol asignado a la mujer, cuando un vocero del COI declaró: "Creemos que los Juegos Olímpicos deben reservarse para la solemne y periódica exaltación del atletismo masculino, con el internacionalismo como base, la lealtad como credo, el arte en su realización y el aplauso de la mujer como recompensa".
Es cierto, no todos han sido momentos gratos. La muerte de mis dos jóvenes hijos. La ingratitud e incomprensión de mis propios compatriotas. La ruina económica que me significó el mecenazgo de los Juegos. El olvido. El exilio.
Tal vez la cercanía del final, que sé próximo, me haya invitado al inevitable balance. Solo me resta agregar que mis verdaderas intenciones, que mi legado real, que la síntesis de mi vida, está comprendida en el precepto olímpico. Para concluir, si el hombre es hijo de la esperanza, la mía es que mi obra continúe en el tiempo, como símbolo de unión de todos los hombres de buena voluntad.


TERCERA PARTE: LA VICTORIA (El instante supremo)
Esa dicha es un sol que se apaga al instante de haber destellado, cubriendo con una luz única el curso de la existencia.
Para quien cuenta, además, con la complicidad de la excesiva lucidez, ese sumum de felicidad se convierte en una pronta agonía ante el interrogante inmediato. ¿Cómo justificarla (existencia)? ¿Que instante propicio me deparará una sensación similar?
¿ Cómo combatir el vacío futuro ante la perspectiva de la negativa comparación?. Pero al mismo tiempo, si me preguntaran si semejante sacrificio valió la pena, mi respuesta, sin dudas, sería clara y precisa. Cometería los más abyectos crímenes y horrores, si conllevaran volver a sentir el instante supremo.

EPILOGO
Los gritos se han acallado en el estadio. El total vacío de las gradas remarca la obviedad del fin de la competición. Empero la conclusión es engañosa. Estas señales obedecen a otra visión. Si se aguza el oído, los ojos cerrados y la mente abierta se podrá escuchar a los atletas en sus justas, los gritos de júbilo, los ayes de dolor. La risa. El llanto.
Una bruma va ganando el espacio. A través de ella, muy difusamente, dos figuras. Una masculina, femenina la otra. Parecen ser Fiama y Pierre. De pronto él, con gesto gracioso, se inclina para susurrar algo en su oído, y su mensaje, como un eco infinito, se extiende por doquier: " Ustedes que desean superarse, fortalezcan su cuerpo y su espíritu para descubrir lo mejor de cada uno. Busquen estar siempre un paso mas allá del límite que se habían fijado. Citius, Altius, Fortius... Más rápido, más alto, más fuerte".
Sí, es cierto, ahora se escucha claramente.
Los Juegos Olímpicos están en marcha...

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